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Qué precio pagamos por no sonreír

Recientemente he viajado a Roma por trabajo y he volado con dos compañías distintas a la ida y a la vuelta, la primera de logotipo azul fue todo sonrisa, amabilidad y atención, la segunda de logotipo amarillo, no mostraron su capacidad de sonreír, al menos yo no la vi ni una sola vez en lo que duró el trayecto.

¿Qué precio pagamos por no sonreír?

Ni que decir tiene que de cara a los clientes, cambia totalmente la experiencia del vuelo en este caso, o cualquier otra experiencia que los clientes vivan al interaccionar con una empresa, lo que antes o después se termina trasladando a las cuentas de resultados, al famoso ROI, al marketing del boca a boca, etc. sino que además se transfiere a la salud de la empresa.

Las empresas tienen una salud que no puede medirse en una hoja de cálculo, una salud del estado físico y anímico de las personas que la forman, las mismas que en un momento dado pueden caer enfermas y aumentar los costes, o ser creativas e innovadoras y ahorrar gastos u optimizar procesos, siendo así más competitivas.

Entonces podría asaltar la pregunta ¿de quién es la responsabilidad?

De todos, la sonrisa cada empleado debería poder traerla de casa, la sonrisa debería ser fomentada por la cultura empresarial, la sonrisa debería ser un regalo que los clientes hagamos a las personas que nos atienden, la sonrisa es un regalo de mínimo coste (solo un poquito de energía y musculatura facial es precisa).

Además, los beneficiados somos todos, porque al final de cuentas, ¿Qué es la vida?

La vida es una experiencia, así que mejor vivirla sonriendo, a no ser que tengas otros planes.

Imagen: akiko-jinsai